Lo Que El 2019 Me Enseñó
Me encanta que esté «de moda» hablar de soltar. Creo que mientras más desarrollamos la capacidad de dejar ir lo que nos pesa, lo que nos frena y lo que no nos sirve, más ligera y feliz se vuelve nuestra vida.
Sin embargo, se suele asociar este tema con dejar atrás relaciones tóxicas, dejar ese trabajo que nos hace sentir poco inspirad@s, olvidar a quién nos hizo daño. Incluso a veces pareciera que soltar es un acto de abandono, de ya no querer luchar más por algo.
En mis casi 35 años de vida, me ha tocado dejar ir relaciones de pareja, amistades insanas, ocupaciones que creía importantes, formas de ver la vida.
Pero creo que – para mí – lo más difícil ha sido y es poder soltar aquellas cadenas invisibles que yo misma me pongo: mis miedos, mi desconfianza, mis expectativas poco flexibles, mis ganas de controlarlo todo. Qué complejo es dejar ir esas ideas rígidas que tenemos sobre nosotros mismos, nuestras formas de valorarnos y de juzgarnos… de tratarnos y criticarnos.
El 2019 me dejó grandes lecciones sobre ello.
En mayo tuve un pequeño accidente entrenando. Pese al dolor que sentía, quise creer que no era nada y que ya pasaría. Pero no pasó, todo lo contrario, empeoró. Me sacaron una resonancia, cuyo resultado llegó a mi casa en esos sobres gigantes, y entre las placas encontré el papelito con el informe. Pensé que leería que era una tendinitis o algún tipo de inflamación. Pero era un desgarro total del tendón de cuádriceps, con avulsión de la unión osteotendinosa. En cristiano: se me rompió uno de los tendones de la cadera, tanto que se «despegó» de la articulación. Para hacer la historia corta: me indicaron casi 6 meses sin entrenar, terapia intensiva 3 veces a la semana, y tratamientos invasivos (y dolorosos) en los cuales me infiltraban la articulación con ozono y proloterapia.
Siendo yo una persona bastante activa (y los que aman moverse y hacer deporte me entenderán), enterarme que no iba a poder entrenar durante tanto tiempo fue una noticia muy dura.
Pero no sabía que lo más duro iba a ser el proceso mental y emocional que desencadenó la lesión y todos los cambios internos y realizaciones que trajo.
Quería pedirle perdón a mi cuerpo, quería cuidarlo, quería entenderlo. Quería amistarme con mi forma de moverme, y eso involucraba entender cuáles eran mis motivaciones para entrenar casi 10 horas a la semana. Era por salud? Porque realmente disfrutaba de tanto deporte? Era para demostrarme a mí misma algo? A los demás? Para sentirme productiva? Para sentirme valiosa?
Y eso, inevitablemente, trajo preguntas más profundas: Por qué hago las cosas que hago? Cuáles son las motivaciones reales de cada ocupación en la que me involucro? Y sobre todo: Qué tanto de mi valor personal lo atribuyo a mi productividad, a mis logros y a esos títulos que la sociedad (y yo misma) me ha/he otorgado?
Y me di cuenta que tenía muchos vacíos. Y enfrentarme a ellos fue doloroso pero necesario.
Me di cuenta que tenía muchas expectativas hacia mí, listas de metas por cumplir que ni yo me admitía, el sentimiento de que debo realizar X o Y cosa, y ser de tal o cuál manera para sentirme valiosa y merecedora de felicidad y amor.
Y les digo desde ya: esa es la mentira más grande que nos contamos.
Nuestra cultura resultadista y capitalista nos convence de que la vida se trata de ir persiguiendo objetivos, de que eres más exitoso cuanto más items de tu lista de metas taches. Una cultura que aplaude la rapidez y nos vuelve impacientes. Que venera las cifras y nos vuelve insatisfechos. Que admira la fuerza y nos hace avergonzarnos de nuestra vulnerabilidad.
Quién eres sin tus logros, sin tus títulos, sin tu trabajo? Quién eres si te quito esa última meta lograda, si elimino las fotos de tus viajes de las redes sociales, si no tuvieras aquel auto que te costó comprar? Quién eres sin los likes, sin el estatus que te da mostrar lo saludable que eres, o lo trabajador o trabajadora que eres, o lo buena madre o padre que eres? Quién eres sin toda esa identidad que has construido?
Seguirías siendo valios@? Seguirías mereciendo una vida feliz? Seguirías siendo digno de admirar?
Este año, debido a una lesión, entendí que si no cultivamos el amor incondicional por nosotr@s mism@s, que si no aceptamos nuestro yo más esencial, cualquier cambio o pérdida nos puede traer abajo, pues hace tambalear una estructura débil formada de una identidad construida en base a lo externo.
Este año descubrí que no soy las cosas que hago, no soy mis logros, no soy mis “habilidades”. Y aprendí (y sigo aprendiendo) a valorarme y amarme por ser YO, por lo que hay en mi corazón, por estar viva.
Este año me reconcilié con esa Pamela vulnerable, la que llora, la que se siente afectada por las cosas, la que necesita respetar su espacio y sus procesos a SU manera. La que -bajo las reglas de este mundo- sería considerada débil. La amo, la respeto y la cuido. La abrazo.
Este año me reconcilié con mi cuerpo, con mi forma de moverme. Aprendí a respetar sus ritmos, tener paciencia con su sanación. Somos tan exigentes con nuestros cuerpos! Qué tal si empezamos a agradecer por ellos? Mi cuerpo me demostró su resiliencia, su capacidad natural de sanar, su fuerza; me enseñó que no necesito manipularlo ni apurarlo, él sabe regresar al camino, sabe auto regularse. Lo amo y lo valoro por mantenerme viva. Sigo aprendiendo a escucharlo.
Este año aprendí el verdadero significado de soltar. Soltar mis juicios, mis expectativas, mi poca flexibilidad. Soltar, una a una, todas mis maneras de auto criticarme, soltar mi desconfianza. Dejar de ser mi peor enemiga. Aún no soy experta en esto, pero ahí voy.
Y entendí que cultivar la compasión -toditos los días- es fundamental para vernos con amor, aceptarnos y perdonarnos. Que me tengo a mí y eso basta. Que puedo sostenerme con amor. Y de esa forma, puedo sostener a los demás.
El maestro espiritual Ram Dass decía que “convertirnos en nadie” es nuestra meta de vida, pero que todos estamos ocupados tratando de “ser alguien”. “Ser alguien” nos da confianza y nos hace sentir seguros, pero no define nuestra verdadera naturaleza.
Quizá no soy tan evolucionada aún para soltar toda mi identidad y «volverme nadie» como Ram Dass. Pero he descubierto que a medida que dejo ir algunas etiquetas, deberías y roles, mi vida se vuelve más tranquila, más ligera, más silenciosa.
Con menos expectativas y más paz.
Tengan tod@s un fin de año lleno de luz. Y que el 2020 encuentren libertad en amarse incondicionalmente. Que se sostengan en compasión hoy y siempre.
Namasté.