El Poder De Descubrirme
He notado que escribir sin un plan es liberador.
Y es que he encontrado aquí, en este blog, una forma de comunicarme, de expresarme, de mostrar lo que verdaderamente soy, sin taparme. Y eso es riquísimo. Es catártico. Es sanador.
Y es curioso porque justo mis últimos posts han sido los menos pensados, los más erráticos, los que salen de mí sin estructuras, y que –sin yo entenderlo- van tomando estructura de forma natural. Y de alguna forma, son los que más se han leído y compartido, y de los que más feedback y mensajes he recibido.
Las personas se han abierto a contarme sus cosas por inbox, por mail, por todos lados. Y es maravilloso. Es maravilloso como lo no-pensado funciona perfectamente cuando simplemente es lo que tiene que ser. Y les agradezco por eso. Por permitirme ser. Por permitirme mostrar mi fragilidad. Por respetarla.
Empiezo este post con toda esta explicación porque quizá este post será el más personal que escriba en la historia de mi blog, y hasta en la historia de mi vida, no sé. Pero no me importa. Hay una fuerza escribiendo estas palabras para ustedes. Porque es mi verdad. Y porque necesito comunicarla, necesito plasmarla en letritas pequeñas de un teclado. Para transformarlas. Para transformar esa energía en algo más.
Como saben, estas últimas semanas han sido semanas de mucho reto para mí, de mucho aprendizaje, de muchas pruebas y cambios. Y, no entraré en detalles, porque los detalles en realidad son lo menos importante en esta historia. Pero para los que se preguntan qué me pasa, pasa que terminé una relación muy importante en mi vida.
Y claro, cuando terminas con una persona lo que siempre te dicen es lo mismo: no era para ti, encontrarás a alguien mejor, no te mereces esto, todo pasa por algo (A las mujeres nos dicen esto claro, en los hombres el discurso cambia. Pero no quiero hablar de eso ahora).
Y no digo que ninguna de estas frases sea cierta o que no se aplique a mis circunstancias. Pero escucharlas, sea cierto o no, no me trae ningún consuelo o respuesta. Porque somos más complejos que un par de frases clichés. Nuestros contextos y nuestros caminos son un universo, lleno de elementos, lleno de variables distintas, de cositas únicas, de matices.
Y ya han pasado varios días, y he comprendido muchas cosas. He asimilado y procesado algunas. Y he aprendido a separar unas de otras.
No soy un gurú en este tema y –sinceramente- no quiero serlo. Sólo hablo desde mi vivencia. Desde lo que siente mi corazón. Desde mis procesos mentales, también.
Y tuve una relación maravillosa. Con una persona maravillosa. Una persona de la cuál jamás diría algo malo. Ni UNA palabra. Una persona que me dio TANTOS momentos felices que sería insensato no sentir agradecimiento. Y cuando hablo de felicidad no hablo sólo de risas y diversión. Hablo de felicidad genuina, de ese calientito en el corazón que siempre menciono, de esa sensación de que todo está donde tiene que estar, de que el universo de alguna forma se alineó para que nuestras almas se toquen en este fragmento de eternidad. Y jamás sería ingrata a eso. Porque él fue parte de esa sensación. Él fue el instrumento de esa energía en mí.
Nos llevábamos extrañamente bien. Y digo extrañamente porque nunca peleábamos, siempre nos entendíamos, siempre fluía. Nuestras personalidades simplemente encajaban. Nunca supe cómo. Hasta ahora no lo sé. Era tan fácil. Desde el día uno hasta el último. Y es gracioso porque hasta cuando terminamos fue lindo. A pesar del dolor de corazón, y las lágrimas, podría hasta decir que fue nuestro momento más honesto, y uno de los más reales. Y le dije, “esta debe ser la terminada más rara del mundo. Sí, quizá entramos en algún tipo de record. Los Guiness?” Y él se rió. Porque no había cómo negarlo.
Pero así cómo no podíamos negar lo hermoso de ese momento, y de todos los momentos juntos; así como no podíamos negar la magia y la belleza, tampoco podíamos negar que a veces lo individual prevalece a lo común. Y que por razones más fuertes que nuestras decisiones, y por causas tan misteriosas que no dejan de sorprenderme día a día, había que ver más allá de esa magia, y ocuparnos de nosotros en este momento.
Y es que no importa cuánto amor haya, lo cierto es que nunca somos sólo luz. Todos tenemos máscaras que pensamos que nos protegen y que hay que soltar. Todos tenemos un poco de oscuridad, y tenemos que reconocerla, tenemos que sacarla a relucir. Porque esas máscaras nos impiden vernos, y nos impiden ver al otro. Y porque el camino del ego es un camino limitado siempre. Y ha llegado el momento de soltar, ha llegado el momento de liberar esa oscuridad e iluminarla. Y cuando esas oscuridades se hacen evidentes… tan evidentes en cada uno… a veces no es posible que convivan. Mi oscuridad y tu oscuridad. Cada uno tiene que hacerse cargo de sus sombras.
Y claro que duele. Duele la separación. Duele el “darse cuenta”. Duele reconocernos imperfectos. Reconocer al otro imperfecto. Duele admitir que por más atención que creíamos tener, se nos pasaron algunos detalles. Se nos olvidó mirarnos con más profundidad. Y te dije, “creo que llevarnos tan bien fue una maldición”. Porque en esa fluidez nos distrajimos. En ese bienestar, nos olvidamos de algunas cosas. Y es ahí donde surge esa curiosidad de pensar que si tan sólo hubiéramos peleado más, si tan sólo hubiéramos tenido conflictos, si tan sólo hubiéramos tenido un poco de drama en la relación, quizá – sólo quizá- nos hubiéramos dado cuenta que había un baúl de trabajo por hacer. Pero no. Todo sucede cuando tiene que suceder. Y mi oscuridad y la tuya se encontraron por algo. Porque en una relación el otro es un espejo, y te atrae justo por eso, porque ves en el otro patrones similares a los tuyos, patrones que hay que trabajar, pulir, eliminar.
Y ahora me veo en ti claramente.
Te veo y me veo.
Eres mi espejo. Y eso es hermoso.
Y ahora te digo: No sabes cuánto poder se esconde en esas sombras. En verdad, creo que sí lo sabes. El poder que hay en reconocerlas, sobre todo. El poder que hay en verse con honestidad. Y es que es la honestidad lo que permite que estas experiencias nos muevan. Y lo que sigue a partir de eso es siempre hacia arriba. Y cuesta. Cuesta muchísimo. Y duele. Y jode. Y da rabia. Da frustración. Mucha frustración.
Pero hoy quiero honrar ese dolor. Y usarlo para transformarnos. Porque agradecer es transformar la perspectiva que tienes de las cosas, dar valor a aquello que lo merece. Y sé que ya te agradecí esa última vez que conversamos, pero quiero hacerlo una vez más. Quiero hacerlo siempre en realidad. Porque, sin tener una puta idea de qué traerá el futuro para ti y para mí, lo que SÍ SÉ es que nuestros caminos se juntaron –nos guste o no- no sólo para tener los años más lindos y más dulces, sino también para tener las lecciones más valiosas. Y porque de otra forma no hubiera sido posible para mí ver esos asuntos que tenía años de años negando. Y porque negarlos era negarme a mí misma. Y, ahora lo sé, nada bueno sale de negarse a uno mismo. Y te agradezco por ello. Desde el corazón. Y desde el corazón (porque siempre te hablé desde ahí) espero que podamos enfocarnos en las lecciones y no en el dolor. Porque el dolor trae sufrimiento, pero las lecciones son las que nos permiten crecer. Y eso es lo que nos toca ahora. Y, sabes? Pienso que esa magia que siempre existió entre tú y yo aún existe. Porque sin magia no sería posible esta transformación. Y quiero verlo así, como que esa misma energía sólo transmutó, y nos permite ahora ser una mejor versión de nosotros mismos. El upgrade.
Y a veces me siento un poco perdida, sí.
Las palabras tienen el poder de salir de mí con fluidez, pero en la vida real no es tan fácil fluir con todos esos procesos abriéndose paso en mí. La verdad es que soy mejor escribiéndolo que poniéndolo en práctica. Lo admito con honestidad. La misma honestidad de esa última vez que te vi. Y porque pensé –en 32 años- que no era posible ser tan honesto con otro ser humano. No pensé que se podía sacar todo, hasta lo más vergonzoso, hasta lo más escondido, hasta ese secreto que ni uno mismo se admite. Y lo hiciste. Lo hicimos. Y eso fue hermoso. Fue sanador. Y es parte de la fuerza que tengo ahora. Reconocer esa honestidad en mí. Reconocer que puedo revelarme. Que puedo aprender -de a poquitos- a soltar el control. Que puedo permitirme -por ratos- mostrarme vulnerable, quebrada… imperfecta. Y, nuevamente, siento que es esa MAGIA tomando una nueva forma. Y por más que siempre extraño su antigua esencia, esa que era NUESTRA, ahora estoy aprendiendo a querer esta nueva versión, esa que tiene ahora una parte en ti y una parte en mí. Y eso no es del todo malo, no?
Perdonémonos a nosotros mismos por esas cosas que no sabíamos, y que ahora recién hemos aprendido a la fuerza. No las vimos. No nos vimos. Y no podemos seguir siendo duros con nosotros mismos por eso. Porque eso permitió encontrar esas respuestas, esa luz, ese poder en nosotros mismos.
Ahora somos más conscientes.
Y en este trabajo individual, que es el que toca ahora, estoy aprendiendo también a des-identificarme con cosas que creía mías y que no lo son. Cosas que ya no me pertenecen. Cosas que quiero dejar atrás. Y desaprender es incómodo. Darse permiso de ser crudamente honesto con uno mismo es incómodo. Es sacar una supuesta verdad que creía de mi misma; y hacerle espacio a nuevas verdades, más sólidas, más auténticas, más mías. Y en medio de sacar una y meter la otra hay un vacío que da miedo. Que asusta. Que hace que tu corazón lata más fuerte. Pero ahora sé que ese es el vacío que permite que ingrese lo real.
El trabajo del alma se siente como una caída hacia un abismo de oscuridad, pero sólo hasta que oyes esa canción que sabes que te llevará de vuelta a casa. Y eso… eso es MÁGICO. Y esa magia nunca se va a ir. La magia de los encuentros especiales. La magia de las casualidades que no son casualidades. La magia de nuestros sincronismos. La magia de saber que mi corazón latió junto al tuyo, y que eso valió la pena. Que nos dio claridad. Que nos trajo luz. Y a veces –por ratos- me gustaría nunca haber dejado de abrazarte, como ese último día. Sé que tú también lo sientes así. Pero de ahí veo donde estoy. De ahí veo donde estás. Y entiendo que –hoy- ese lugar es mejor para mí y para ti.
Y eso me hace feliz.