Después De La Tormenta
Pasó la tormenta. Y la tormenta es salvaje, es feroz, es rauda. En la tormenta hay que actuar rápido, hay que correr por nuestra vida, buscar refugio, salvarnos de morir. Y en mi tormenta la muerte no es literal, es una muerte interna, es eso que nubla tu consciencia y te hace dudar de ti misma, de lo que sientes, de quién eres. Y en esa casi-muerte hay que buscar salvavidas, resguardarse.
Pero -como siempre en la vida- la tormenta pasa. Y hay que sobreponerse a ese shock y a ese miedo. Y empezar a sanar. A estas alturas ya no sirven los refugios ni los salvavidas. A estas alturas ya no sirven las distracciones, ya no sirve la superficie.
Y de formas casi extraordinarias, estos días he aprendido que lo que hay que hacer a partir de ahí es dejarse sentir, permitirnos sentir. Solemos ponerle mucha mente a las cosas que nos pasan. Buscamos “por qués”, buscamos culpables, buscamos razones. Tratamos de justificar. A nosotros. Al otro. Y todo eso está en la mente. Son pensamientos. Y está bien, esa mente sirve como sostén al comienzo. Al comienzo nos puede salvar de esa sensación de que nos volvemos locos. De que caemos en un hoyo sin fondo. De que colapsamos y colapsa todo lo que somos. Sí, la mente es necesaria.
Pero pasa esa primera crisis y créanme, ya la mente no sirve de nada. Hay que permitirnos sentir. Y, entiendo, a veces eso no es agradable. A veces lo que sientes es tristeza, es pena, es rabia. Pero hay que atravesarlas, hay que dejar que el corazón sienta. En silencio. A más nos resistamos de sentir, esa sensación de incomprensión y de confusión emocional será mayor. No importa cuánto tiempo trates de contenerla.
Y da miedo. Carajo, da mucho miedo sentir, sólo sentir. Pero también he aprendido mucho sobre el miedo. A veces creemos que ser valientes es no tener miedo, pero es todo lo contrario. Ser valientes es aprender a sentarnos con nuestro miedo y hacerle espacio. Es acomodarnos a ese sentimiento sin que éste nos controle, porque si nos controla trataremos de huir de él, y haremos cosas destructivas en ese intento, o pensaremos cosas destructivas, por más que se pinten de “verdad”. Si tan sólo pudiéramos aprender a sentarnos con nuestro miedo en paz, en silencio, podremos rodearlo de amor y de consciencia, y aprenderemos un nuevo significado de valentía.
Y todo esto suena hermoso en palabras, lo sé. Y admito que estoy muy lejos de ser una experta en poner en práctica todo lo que escribo aquí. A veces me falta. A veces fallo. A veces me aterrorizo. Pero sí, es necesario darle un espacio a tu miedo y sentir. Invitarlo.
Y estos días me he dedicado a sentir. Y ¿saben? Sí fue desagradable al comienzo, pero valió la pena. Y vale la pena porque es la única forma de encontrar tu verdad. Y una verdad no es un conjunto de hechos. Porque esos hechos son racionales, son de la mente. Y la verdad no viene de la mente. Una verdad no es buscar culpables o víctimas. Una verdad no es consolarnos mediante historias que creamos. La verdad está en cada uno de nosotros. Pero en nuestra profundidad, no en nuestra superficie. Está en las montañas remotas de nuestro ser. En el silencio. Y ese silencio es el lenguaje del corazón, así como las palabras son el lenguaje de la mente. Como leí en un libro hace poco: “Cuando el corazón está en silencio siempre DICE ALGO. Cuando la mente está en silencio no dice nada”.
Y en ese silencio del corazón es que podemos ser honestos. Honestos con nosotros mismos, con las cosas que pasaron. Podemos hacernos responsables (porque siempre tenemos responsabilidad en lo que nos pasa), pero desde el amor, no desde el resentimiento y la culpa.
Y es maravilloso porque esa honestidad, la VERDADERA honestidad, saca a la luz tu oscuridad. Y siento que todo esto se ha tratado de eso, ¿saben? De sacar a la luz. De salir de las sombras. Y esas sombras son lo que ocultamos inconscientemente. Lo que no queremos ver. Lo que no queremos aceptar de nosotros mismos y tapamos, e ignoramos. Pero llega un momento en el que la vida te empuja –así no quieras- a hacerte consciente de tu oscuridad. Y todos tenemos nuestras oscuridades, todos. Y no se trata de etiquetar eso en “bueno” o “malo”. A veces nos gustaría que las cosas sean así de sencillas. Pero no. La verdad es más compleja que un conjunto de características catalogadas perfectamente y encasilladas en patrones establecidos. La verdad, repito, es lo que sale del corazón. Y eso no se puede clasificar. Y en su complejidad, es lo más simple que hay.
Los seres humanos tratamos de solucionar hechos específicos para sentirnos seguros, para sentirnos cómodos, para sentirnos con la “consciencia tranquila”. Pensamos que los problemas se SUPERAN, que son como una tarea a la que hay que ponerle “check”. Pero la sanación viene de hacerle espacio al problema y hacerle espacio al dolor, para que también pueda haber espacio para la alegría y el alivio. A veces no necesitamos dormir con la consciencia tranquila. A veces necesitamos desvelarnos. Sin torturarnos, porque es fácil confundirlo. Sin ser duros con nosotros mismos. Como dije antes, desde el amor, desde la comprensión, desde la compasión. Y para ello hay que sentir. Hay que permitirnos ser vulnerables. Y, asu, no saben cómo me ha costado eso: reconocerme vulnerable. Mi ego y mi falta de humildad están ahí. Creo que están en todos nosotros, pero HOY reconozco que están en mí. Y me han impedido mostrar mis vulnerabilidades. Y –ojo- ser vulnerable no es victimizarte, no es tomar el papel de sufrido o sufrida para que todos te digan “pobrecito/a”, para que tú te digas “pobrecito/a”, porque ese también es un engaño de la mente y del ego. Ser vulnerable es reconocerte humano. Con todas esas cosas que sientes, con todos esos errores, con todas tus oscuridades. Y hoy reconozco mis oscuridades, las hago mías, las abrazo, las ilumino. Y también las muestro.
Y agradezco todas esas casualidades hermosas –que sé que no son casuales- que me han permitido ver y verme. Ahora entiendo que cuando uno abre su corazón a la vida, la vida te responde. Mediante señales, mediante encuentros, mediante mensajes.
El momento es HOY. Así que date permiso para sentir HOY. Siéntate en silencio y oye el silencio de tu corazón. Y escríbelo si quieres. Y honra ese silencio.
No prometo respuestas inmediatas. No prometo sanación inmediata. Pero es que la sanación no es inmediata. No funciona así, y no importa cuánto hagamos para convencernos de ello.
Pero sí prometo paz. De a poquitos. Con un pasito a la vez.
La paz de respirar con el corazón ligero.
La paz de reconocer mis sombras y amistarme con ellas. Y enmendar errores de a pocos. Con compromiso.
La paz de esa libertad que me da mostrar mis vulnerabilidades, escribirlas, gritarlas.
La paz de saber que voy en el camino de la verdad.
La paz de retornar al origen, de sentirme, de reconocerme.
De esa brisa que suaviza, de ese calorcito rico en el corazón, de ese contacto que nos vuelve reales, de ese abrazo larguísimo en el que se congela el tiempo.
Y sólo sientes.