Bajando La Velocidad

Bajando La Velocidad

La vida -sobre todo en la ciudad- suele ser acelerada. Parece que todo el tiempo estuviésemos en fast track, yendo de un lado a otro, agendando mil cosas en un solo día, planificando lo de mañana o más tarde. La misma cultura glorifica la productividad y que “más es mejor”, y la frase “no tengo tiempo” se relaciona al éxito y a la disciplina.
Antes solía yo también recargar mis días de muchas actividades. Si, por ejemplo, tenía que entrenar en la mañana, luego una reunión, y en la tarde trabajar, y encima me llamaba una amiga a decirme si tenía tiempo para almorzar, le hacía un “huequito” de una hora y metía cual rompecabeza todos los pendientes en la agenda. El resultado de esto es que dejaba de prestar atención a todo lo que hacía. Disfrutaba menos de cada actividad, las vivía con menos plenitud pues mientras algo sucedía, me encontrada pensando en lo siguiente. Me volvía también más reactiva e impaciente; y además, los momentos para mí eran pasados a segundo plano: me bañaba lo más rápido posible, comía pensando en cuánto tiempo tenía para volver a salir, mis periodos de meditación eran cortos. Y ojo que yo tengo un trabajo independiente, no tengo hijos, ni grandes responsabilidades. Mi vida, comparada a otras, es súper sencilla.

Hace algún tiempo, y coincidiendo con mi entrenamiento en Mindfulness, me enteré del movimiento Slow Living y entendí que era así como quería llevar mi vida. El Slow Living es la  respuesta a esta cultura acelerada y sin pausas, y propone bajar nuestro ritmo de vida y reconectar. Entiendo que en una ciudad caótica como Lima (donde vivo), con uno de los peores tráficos del mundo, es complicado no sentirnos apurados y contra el tiempo. Pero es posible bajar aunque sea un poco la velocidad y, les juro, hace toda la diferencia. Personalmente, el mayor reto para mí fue deshacerme de la culpa que me hacía sentir permitirme ser un poco más “floja”. Y es que cuando aligeras la agenda, dices “no” a algunas actividades, y te permites tener más pausas y momentos libres, es inevitable sentirse perezoso. La sociedad nos ha inculcado tanto que descansar o simplemente “no hacer nada” es indisciplinado, que esas creencias calan al fondo de lo que somos. Pero cuando constatamos que hacer 2 cosas en todo el día, en vez de 6, nos hace vivirlas con más plenitud y nos permite tener más momentos de calidad, entendemos que –en realidad- no hay apuro en vivir.

¿Cómo incorporé el Slow Living a mi vida?

Pongo algunos ejemplos sencillos: Si tengo varios pacientes en toda la tarde, no agendo almuerzos con nadie ese día, así muera por ver a alguna amiga o a mi mamá, les digo para vernos otro día en el que pueda estar al 100 con ellas. Si tengo que hacer las compras de mi casa, lavar la ropa, o algún pendiente doméstico, le dedico TODA la tarde o TODA la mañana a eso. Quiero disfrutar de mi casa, y hacer cada pequeña tarea con atención, no que estas se conviertan en obstáculos a los que tengo que poner ‘check’. Y si un paciente o alguien quiere verme en ese periodo de tiempo, me permito decir NO, por más que lo único que haré es estar en mi casa doblando ropa. Me permito ducharme percibiendo cada olor, cada textura, cada sensación. No planifico nada muy cerca a mis comidas, no quiero desayunar, almorzar o cenar apurada. Decir NO a los demás o a las obligaciones es, a veces, decirnos SÍ a nosotros mismos.

Y, nuevamente, aclaro que soy consciente que no todos tienen la misma vida que yo. Los que son padres, o los que trabajan a horario de oficina, o los universitarios están sometidos a otro tipo de estrés, lo sé. Pero siempre podemos encontrar maneras de aminorar un poco nuestra carga en beneficio de nuestra paz. Y dar ese primer paso es a veces difícil y nos hace sentir muy culpables, pero hay que empezar a desaprender ese montón de información que ha dictaminado como debe ser nuestro estilo de vida, y reemplazarlo por otro tipo de creencias en las cuales seamos nosotros la prioridad.

Y claro, es importante también ser flexibles en el proceso. Y en eso estoy yo! La semana pasada llegó mi hermana que vive fuera de Perú, y a quien no veo con frecuencia, y estos últimos días han sido –para mí- brutales. Ir de un lado para otro, pasear, comprar, comer, ir al teatro, comer más, salir, celebrar; todo esto sumado a mis actividades de siempre. No voy a negar que, luego de dos meses de ir lento, me ha costado! Me he visto más reactiva, menos paciente, y disfrutando menos cada cosa. Pero tengo que adaptarme y entender que la vida a veces es así: caótica y hermosa. Y he disfrutado a mi hermana estos días y finalmente eso es lo que cuenta, no?

En conclusión, no tengo todas las respuestas ni soy una experta en vivir con atención plena. No siempre puedo, y no siempre me sale bien.  
Pero, al menos, puedo decir que este proceso me ha hecho ver las cosas con otros ojos. Y entender que no quiero una vida llena de salidas, viajes y cosas que contar. Todo eso es lindo, y lo puedo hacer, pero desde otro enfoque. Mi prioridad, por el momento, es tener una vida sencilla y tranquila; porque eso me da más paz y menos ansiedad, y porque me hace entender que -en realidad- no tenemos que llegar a ningún lado! No hay apuro, amig@s. El momento es ahora. Y así te encuentres de viaje en un lugar maravilloso o lavando la ropa, la idea es vivir esos momentos con tu 100%. No a medias, no pensando en lo demás, no anticipando el siguiente paso, no apresurado, no para los demás o para las apariencias. Vivamos por y para nosotros mismos, y todas las demás piezas de puzzle van a encajar con naturalidad, se los prometo.

Tomemos siempre decisiones que nos acerquen más a lo que somos, no que nos alejen.

Bajemos la velocidad. Tomemos más pausas. Elijamos nuestra paz.

Namasté.