Eres Más Que Tu Mente
Sé que hace tiempo no les escribo por acá y eso –créanme- me hizo sentir profundamente culpable hace algunas semanas. Este blog se inició con esta página web como centro de todo, y la quiero como a un hijo, y me dio pena tenerla algún tiempo abandonada. Pero gracias a las últimas intenciones de la semana, he estado poniendo en práctica la flexibilidad para conmigo misma, pues la verdad no es que no haya querido crear posts, sino que me he encontrado involucrada en distintas actividades que me han mantenido ocupada y que han requerido mi atención plena. Así que, amablemente, decidí adaptarme a ello y no angustiarme por no poder tener un tiempo extra para sentarme y escribir algo un poco más elaborado que las cosas que normalmente les escribo por Facebook.
Así que acá estoy! Y continuando con la serie de posts de «Descubriendo el Poder del Presente», hoy quería contarles un poco más acerca del principal responsable de nuestra evasión al aquí y al ahora: nuestra mente.
Como les dije en el post anterior, nuestra mente es muchas veces nuestro principal enemigo, pues se encuentra continuamente saltando del pasado al futuro, del futuro al pasado. Evadiendo el HOY, que es donde en realidad sucede nuestra vida. Anticipando problemas o situaciones, recordando aquello que nos hizo daño, provocándonos ansiedad sobre algo que aún no sucede, o repasando una y otra vez esos errores que tuvimos, generándonos culpa. Verán, nuestra mente no puede estar en el presente. Observen un momento y vean qué es lo que ocupa su mente la mayor parte del tiempo, qué diálogo es el que llena sus pensamientos durante el día, y se darán cuenta que todas esas ideas están ancladas al pasado o al futuro, nunca al momento presente. Y dichos pensamientos traen consigo todas esas emociones que nos generan sufrimiento: la rabia, la tristeza, los miedos, el rencor, la culpa.
¿Y saben? El problema no es la mente y sus pensamientos, como tampoco son las emociones. Nuestra mente es realmente una herramienta genial. El problema es nuestro condicionamiento de esa mente, la forma en la que nos hemos acostumbrado a usarla. Hace miles de miles de años, cuando éramos hombres primitivos nuestros principales problemas realmente amenazaban nuestra supervivencia en la tierra: debíamos afrontar desastres naturales, depredadores, falta de alimentos, sequías… Y pues nuestro cerebro estuvo diseñado para que no nos extingamos como raza. Por ello es que entendimos que habían ciertas amenazas que debíamos evitar, por ello es que sentíamos miedo, porque eso nos permitía ponernos en alerta frente a cualquier eventualidad. Y gracias a eso podíamos recordar qué fruto no comer, por cuáles caminos no andar, a qué animales huir. Y debido a que nuestro cerebro tiende a recordar más lo malo que lo bueno es que pudimos sobrevivir. Fue nuestro mecanismo principal de sobrevivencia.
Hoy, miles de años después, claramente ya no tenemos las mismas amenazas, pero nuestro cerebro sigue comportándose de la misma forma. Tendemos a recordar lo malo, nos anclamos muchísimo a esas “cosas malas” que nos pasan, las fijamos, y así es que sentimos miedo de que algo no vaya bien en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, en nuestro día a día. Tenemos como una conversación interna en nuestra cabeza que nos alerta sobre todos los posibles peores escenarios, que nos culpa de lo que pasó, o nos victimiza. Y esa conversación se da TODO EL TIEMPO. Encima de eso, vivimos en un mundo competitivo, en el cual se glorifica el triunfo y se le teme mucho al fracaso, en el cual el “yo” está por encima de todo, ese yo que quiere figurar, que quiere ganar, que quiere sentir placer siempre, que vive de la comparación y del “ganar versus perder”. El resultado de todo esto es una mente egóica, tanto así que se dice que nuestra mente es nuestro ego, y es verdad. Es nuestra mente-ego a la que le cuesta soltar, la que vive en función de ganar, de las apariencias, la que se toma las cosas (todo!) personalmente, la que siente que es protagonista de todo lo que ocurre y se siente una eterna víctima de las circunstancias, la que odia sufrir y rechaza todo lo que le causa dolor, y se aferra a todo lo que le da un poco de placer. Pero, paradójicamente, gracias a ella es que sufrimos y dejamos de vivir nuestro HOY con plenitud. Y nuestro “hoy” puede no ser hermoso, lleno de flores y mariposas. Nuestro hoy puede simplemente ser neutral, o ser “no tan bueno”, pero es nuestro “hoy”. Y en la medida que vivamos plenamente conscientes de este momento, podemos liberarnos de esas cadenas de la mente que nos toma como prisioneros del dolor, de los “deberías”, de las comparaciones, de la culpa y la anticipación, del rencor y de la preocupación.
La buena noticia es que podemos reeducar esta mente! Según mi curso de Mindfulness, podemos crear nuevas redes neuronales (con la práctica!) para enseñar a nuestra mente a tener otro tipo de pensamientos y no sólo fijarnos y estancarnos en aquellos recuerdos o vivencias malas. Sí, eso les funcionó a nuestros antepasados de las cavernas, pero ya no a nosotros! Y así podemos recordar –de a pocos- que NO SOMOS NUESTRA MENTE, que somos mucho más que ella, que nuestra consciencia es mucho más grande y más extensa y más infinita que unos cuantos pensamientos. Como me dijo mi profe, veamos la mente como un simple órgano cuya función es pensar. Y así como nuestro corazón late, nuestra boca segrega saliva y nuestra piel suda, así nuestra mente emite pensamientos sin parar. Y es cuestión de observarla solamente. Y no creernos a rajatabla lo que estos pensamientos nos dicen. Se los dije en el post anterior y se los digo ahora también: obsérvense. Estén atentos y cada vez que empiece la mente con ese disco rayado incesable de todos los días, paren un ratito y reconózcanla: “Ah, esta es mi mente pensando”. Y des-identifíquense. No somos nuestros pensamientos, pero tendemos a identificarnos con ellos, y a creernos al 100% el cuento que nos cuentan. Observen estos pensamientos como algo que simplemente les sucede, no como lo que son. Y lo más importante (y creo que la mejor enseñanza del Mindfulness): SEAN AMABLES CON USTEDES MISMOS. No se culpen o se martiricen por no poder desligarse de la mente y su constante evasión del presente. No es tu culpa, no eres un fracaso. Así somos por condicionamiento, por costumbre, por default. TODOS SOMOS Y ESTAMOS DISEÑADOS ASÍ. Y lo peor que pueden hacer es, encima, culparse por no poder deshacerse de los pensamientos y la neurosis. Y creo que eso es lo que más me ha costado. Sean amables y compasivos con ustedes mismos. Felicítense por al menos estar leyendo estas líneas, por haberse dado cuenta de ese hábito repetitivo (y poco creativo) de pensar y pensar. Dense las gracias por ser más conscientes, así sea un poquito. Somos humanos y vivimos en esta existencia terrenal en la que siempre vamos a tender a reaccionar y a tomarnos las cosas personalmente. Toma este proceso de manera gentil contigo mismo, como un camino de regreso a casa, donde no importa si a veces retrocedes un poquito, pues igual sigues avanzando.
Sean amables y amorosos con ustedes, porque esa auto-compasión es la semilla de la compasión hacia los demás, hacia la empatía y la paz. Sólo obsérvense y traten de ser un chiqui más conscientes de esas formas aprendidas que tenemos. De ese constante pensar, de ese constante evadir. Nada más. Sólo entiendan y sientan que esa vida que late dentro de ustedes es muchísimo más grande que el cuento que nos contamos mentalmente. Y les prometo que así, cada vez serán más frecuentes los momentos de claridad y presencia, de desengancharnos de esos diálogos dañinos internos y ver la vida con otro filtro. Eso no les garantizará una vida feliz y perfecta, porque eso no existe. Pero sí una vida más serena y menos reactiva. Más tranquila, más en paz y más con uno mismo. Y no es eso lo que en verdad queremos?
Los quiero! Tengan un hermoso fin de semana.
Disfrútenlo, sea lo que sea que hagan.
Namasté :)